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lunes, 5 de febrero de 2024

Ana Rosa o cómo se construye un olvido familiar


 “¿Hasta dónde todo lo que somos puede estudiarse, modificarse y ser usado por la psiquiatría con el fin de ‘ayudarnos’ a ‘adaptarnos’ a la sociedad contemporánea?”, es una de las preguntas que se formula Catalina Villar en Ana Rosa, película documental en la que escudriña archivos familiares y médicos en busca de la historia de su abuela paterna, Ana Rosa Gaviria Paredes, a quien le practicaron una lobotomía a finales de los años 50 del siglo pasado, a sus 53 años.


Ana Rosa, que se estrena este 8 de febrero, comienza cuando la realizadora desocupa la casa de sus padres y debe catalogar, archivar o botar recuerdos. En uno de los cajones encuentra una foto tipo documento de su abuela paterna, a quien nunca había visto, y de inmediato siente dolor por la ausencia de esta mujer que quedó condenada al olvido.


En esta película, que cuenta con la producción ejecutiva en Colombia de Cristina Villar Rosa, Federico Nieto El’ Gazi y Nicolás Martínez Lozano, la directora cuestiona el silencio familiar que rodea a Ana Rosa Gaviria Paredes, de quien no hay recuerdos verbales ni fotográficos. De ella, lo único que se sabía, era que tocaba piano y sufrió una lobotomía, por lo que en esta película busca relegitimar a su abuela y tratar de buscar quién era “antes de perderse en los meandros de un cerebro desconectado”, como lo describe con sus palabras.


La tarjeta de identidad de Ana Rosa refundida en un cajón fue suficiente para que la directora cuestionara porqué la familia borró todo lo relacionado a esa mujer que nació el 27 de abril de 1904 en Mariquita, Tolima.


“Yo sí sabía que le habían hecho la lobotomía. Cuando empecé a escudriñar todo esto me pregunté ¿cómo es posible que yo, habiendo cursado unos años de medicina, interesándome por la psiquiatría y siendo una obsesionada por ese tema… la palabra lobotomía no haya hecho un detonante en mi mente?”, dice Catalina Villar, quien en 2017 codirigió junto a su esposo Yves de Peretti Camino, filme en el que exploran el vínculo entre psiquiatría y ciencia, psiquiatría y poder, psiquiatría y norma.


Gracias a ese encuentro fortuito del documento con la única foto que existe de su abuela, la realizadora reconstruye, hasta donde puede, su historia. Pero el ejercicio es complejo porque no vive nadie que narre, por ejemplo, cómo fue su infancia.


Sin embargo, gracias a su primo mayor, Eduardo; y a su tío menor, Ernesto; Catalina Villar descubre que el destino de su abuela, al igual que el de muchas mujeres en el mundo, fue decidido por hombres de la familia y de la ciencia. No encontró la historia clínica de su abuela, pero basándose en otras encontró un diagnóstico que habría podido ser el de ella: “notable daño del buen servicio”, lo que se traducía en no ejercer adecuadamente las tareas que la sociedad imponía y esperaba de ellas.


Fue en ese momento que la directora decidió realizar Ana Rosa, una película documental que supera el drama familiar con el objetivo de explorar la obsesión de la ciencia, o de quienes la ejercen, por tocar “el alma con el bisturí o con una droga”, en palabras de Villar.





“¿Cuándo un comportamiento empieza a ser patológico? ¿Cuándo un comportamiento está fuera de la norma? ¿Cuál es la norma?”, se cuestiona la directora, quien entrevista ante la cámara a muchos médicos, especialistas e investigadores que dan su opinión sobre cómo la psiquiatría se adapta, por así decirlo, a las normas sociales que también van cambiando con el tiempo.


“Los tratamientos que dicen ayudar al enfermo también tienen la intención de proteger a la sociedad de toda esa gente que es distinta a nosotros, a la que hay que encerrar y ponerla lejos”, agrega la realizadora, quien encontró en la lobotomía ‘la lupa’ que le permitió indagar sobre el pensamiento filosófico y moral de lo que es una norma, un síndrome, un síntoma, o una acción de un individuo que hay que controlar por medio de un antipsicótico.


La gran diferencia, dicen los expertos, es que se puede reducir o quitar la dosis de antidepresivo, mientras que la lobotomía desconecta el lóbulo frontal del cerebro.


El espectador de Ana Rosa se enfrenta a la historia de la lobotomía, inventada por Egas Moniz, a quien en 1949 le otorgaron el Nobel de Medicina, un premio que fue celebrado hasta la década del 80. La lobotomía, que en principio fue un procedimiento agresivo y costoso, se popularizó años después de que Walter Freeman la volviera ambulatoria. Ana Rosa Gaviria, fue víctima de ese procedimiento que el doctor colombiano Mario Camacho Pinto trajo al país.


Según María Angélica Ospina, doctora en antropología y quien aportó fundamentación histórica y antropológica en Ana Rosa, esta película es pieza fundamental para recapitular y reunir los diferentes investigadores que han tenido una mirada crítica sobre el ejercicio de la medicina y la psiquiatría, disciplinas que no pueden ser entendidas fuera del contexto histórico, político o económico. “A finales del siglo XIX y comienzos del XX, en relación con las mujeres específicamente, estas disciplinas tenían como fin controlar su sexualidad, su rol doméstico… ponerlas en su sitio”.


En la película, la directora visita las ruinas del Asilo de Locas o el Manicomio de Mujeres de Bogotá, entrevista a especialistas que trabajaron ahí. Es así como Ana Rosa explora la relación de la psiquiatría y la experimentación en seres humanos, especialmente en mujeres, que sobrepasaron la ética. No debe ser fortuito que el 85% de lobotomías realizadas en el mundo se hicieron en mujeres.


Así mismo, desempolva los recuerdos de muchas personas y familias que enfrentaron en silencio trastornos mentales como la depresión o la ansiedad (que hoy en día no son considerados como tal) para evitar la vergüenza social.




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